Reflexión nº1 para odiar al mundo

Veo a mi alrededor todo un mundo pasar, fiestas, gente, risas, amistad, amor, perfección.
Giran y giran todos a mi alrededor, bebiendo, bailando, riendo, parloteando y haciendo bromas, un mundo de belleza y perfección al que jamás pertenecí y quizá, a pesar de todo, nunca he querido pertenecer. Sin embargo, en algún momento estuve dentro de él, en cierto sentido, como si de un falso espejismo se tratase.
Ahora en cambio, lo veo cada día más y más lejano, y cuánto más se acercan a mi con sus histéricas risas y su insoportable felicidad, más sola e ignorada me siento, sentimiento que es directamente proporcional al aumento de su incomprensión hacia mi. Hacia mi y hacia otros que en algún rincón de este mundo se sienten como yo, que quizá están tan locos como lo puedo estar yo, aquellos, cuya complejidad de sus vidas es directamente proporcional a la simplicidad de sus tareas diarias, pero que, precisamente son así por permanecer al margen del mundo, tal y como lo hago yo, y de esta forma logran reflexionar y plantearse cuestiones y teorías vitales, mucho más vitales que esas fiestas diáfanas y sus risas de pájaro loco, que a medida que aumentan de volumen, aumenta nuestra locura y sed de venganza, así como nuestra esperanza de alcanzar algún día el sonido puro y limpio del silencio en este extraño mundo.
Callad estúpidos charlatanes, callad malditos, callad.

"¿Quién elige los parámetros de normalidad en este mundo? ¿Quién elige, pues, los parámetros de locura?"
Esto me pregunto yo día tras día.